3 de octubre de 2016


Este escrito surgió del poeta Federico Gallego ante la lectura de uno de mis libros de poesía. Le doy las gracias por sus palabras.





ESCRIBIR ACUARELAS

(Uno)
Quien ofrece poemas tan livianos, tan sutiles, tan concisos, está doblemente desnudo. Sin metáforas tras las que emboscarse ni lenguaje superfluo que distraiga o disimule. Matilde Muerza asume la esencialidad de la poesía oriental, la economía de quien sabe que las palabras verdaderas son un bien escaso. Por eso las utiliza consecuentemente, callando, callándolas para hacer que las elegidas refuljan como gemas o escuezan como latigazos.
            ¿Qué universo construye, qué universo nos invita a habitar, a compartir, esta poeta? Un universo regido por leyes de frágil equilibrio, de armonía vibrátil, perceptible como el pulso que, en las muñecas, delata una compleja orografía de cavernas freáticas, aunque la superficie aparente la quietud de una piel en reposo.
            Hay poetas que se construyen como quien moldea barro, por aportación de materiales; también los hay que rebanan el lenguaje en finas láminas, como trabajando a escoplo y buril sobre madera. Otros gustan de dislocar la sintaxis haciendo emerger la carga semántica como los ángulos acerados de un perfil de hierro; y, en fin, hay poetas que se dejan llover por las palabras y habitan sus poemas de milanos, aromas de geranio y algodón de azúcar, todo tan ligeramente dispuesto como las puntadas que trascienden el lino en los conventos. Matilde Muerza, en cambio, trabaja las ideas y las palabras como si fueran piedra de celosía, firme pero aérea, y esculpe con vigor desnudando a  cada propuesta de todo cuanto le sobra. Sin ningún exceso, andamiaje o colofón de pólvora festiva. Se diría que en su poesía ha renunciado de antemano a acatar normas ajenas. Por eso entiendo como universo este conjunto de minúsculas ventanas encendidas que ofrecen, a medida que nos aproximamos, una mayor riqueza de matices y un significado tan complejo como el que pueda desplegarse desde cada una de las semillas de esta realidad fractal que nos presenta en sus poemas, una realidad que se amplía o se reduce y donde el yo y el tú intercambian una vocación de centro, desplegando su reciprocidad de referentes en el ámbito generado entre ambos, como en un juego de espejos.

(Dos)
Pero es una poesía esencial, que embauca con su apariencia de exclusividad aérea. Porque tiene densidad y peso. Se trabaja con la sustancia y con el hueco que la sustancia deja: ponderable, calibrado, no inerte. Como el fulgor que permanece en los dedos tras rozar las alas de una mariposa. Poesía es lo dicho y lo evocado, lo que de un sabor subsiste en la memoria. Leer poesía es siempre un intento de caminar ocupando a cada paso las huellas que alguien ha ido dejando antes sobre la arena húmeda, hasta acomodar el ritmo, la cadencia, superponiendo la respiración, el hálito. Aprender un lenguaje. Aprehender sin traducción comprendiendo las claves de lo que no se ha escrito: lo previo, el desencadenante, el estado, la situación, cuanto de nosotros mismos hubo en ese gesto.
            Matilde Muerza escribe sus acuarelas esperando a que el pulso se serene. Sólo entonces deja caer sobre el papel esa gota de palabra que genera el milagro de la comunicación. Después, el trazo nítido y suave pondrá en contacto la emoción del gesto, su llamada, con la mirada del lector, que es el soporte último sobre el que acontece el poema.

(Tres)
En su poesía hay territorios líricos inexplorados. Matilde Muerza mira hacia su interior y busca y descubre para después compartir. “En la esfera cortada de un día,” “el árbol que macera la ilusión” “ Sinuosamente declinas la acción adherida / en cada paisaje oblicuo de la confidencia.” “Lisonjero son de melodía almendrada” “ Tu perfil acunándose” “el lugar / de las miserias geométricas” “Hojas en su caída telar”  “una lágrima / dórica lágrima”. Es obligación del poeta dotar a las palabras de nuevos significados o descubrir en ellas un sentido ancestral ocultado por el uso perezoso y desaliñado. Solas o en compañía de otras. El lugar del poema donde se sitúan define también nuestra ubicación respecto al texto. Porque también nosotros, como lectores, formamos parte de él. (“Un poemas no es poema si alguien no lo lee”; decía Gloria Fuertes.) El acierto de Matilde Muerza es situarnos con frecuencia en el brete ante sus poemas, en la triple posición de cómplice, testigo y protagonista. Y la economía de despliegue semántico es aquí, sin duda, acierto.
            Nada luce mejor que lo que brilla en un espacio neutro, lo que se enaltece rompiendo el vacío, el fogonazo de oscuridad en el centro desbordado de la luz.
            Aún están por descubrir las leyes de este universo respetuoso y alto de Matilde Muerza. Es preciso dejarse leer por los poemas, liberar el hilván invisible que engarza las palabras y permitir que lleguen a nosotros sin barreras ni esas previas consideraciones que a veces enturbian el sonido nítido del agua. Siempre la poesía es un regalo que apela a lo menos provechoso socialmente de la inteligencia. Y es nuestra potestad y nuestro privilegio estar alerta y ofrecerle un lugar recogido donde venga a posarse sin recato.
            Porque la poesía de Matilde Muerza está llena de ideas y palabras, también de sensaciones ligeras de equipaje, pura sustancia de comunicación en cada haz y cada envés, en cada sonido y cada silencio con que están construídos los poemas que aguardan en vigilia sobre este papel sin nombre.

FEDERICO GALLEGO RIPOLL

(Notas de lectura a partir del libro Sobre este papel sin nombre, de Matilde Muerza)