Este escrito surgió del poeta Federico Gallego ante la lectura de uno de mis libros de poesía. Le doy las gracias por sus palabras.
ESCRIBIR ACUARELAS
(Uno)
Quien ofrece poemas tan livianos, tan sutiles, tan
concisos, está doblemente desnudo. Sin metáforas tras las que emboscarse ni
lenguaje superfluo que distraiga o disimule. Matilde Muerza asume la
esencialidad de la poesía oriental, la economía de quien sabe que las palabras
verdaderas son un bien escaso. Por eso las utiliza consecuentemente, callando,
callándolas para hacer que las elegidas refuljan como gemas o escuezan como
latigazos.
¿Qué
universo construye, qué universo nos invita a habitar, a compartir, esta poeta?
Un universo regido por leyes de frágil equilibrio, de armonía vibrátil,
perceptible como el pulso que, en las muñecas, delata una compleja orografía de
cavernas freáticas, aunque la superficie aparente la quietud de una piel en
reposo.
Hay
poetas que se construyen como quien moldea barro, por aportación de materiales;
también los hay que rebanan el lenguaje en finas láminas, como trabajando a
escoplo y buril sobre madera. Otros gustan de dislocar la sintaxis haciendo
emerger la carga semántica como los ángulos acerados de un perfil de hierro; y,
en fin, hay poetas que se dejan llover por las palabras y habitan sus poemas de
milanos, aromas de geranio y algodón de azúcar, todo tan ligeramente dispuesto
como las puntadas que trascienden el lino en los conventos. Matilde Muerza, en
cambio, trabaja las ideas y las palabras como si fueran piedra de celosía,
firme pero aérea, y esculpe con vigor desnudando a cada propuesta de todo cuanto le sobra. Sin
ningún exceso, andamiaje o colofón de pólvora festiva. Se diría que en su
poesía ha renunciado de antemano a acatar normas ajenas. Por eso entiendo como
universo este conjunto de minúsculas ventanas encendidas que ofrecen, a medida
que nos aproximamos, una mayor riqueza de matices y un significado tan complejo
como el que pueda desplegarse desde cada una de las semillas de esta realidad
fractal que nos presenta en sus poemas, una realidad que se amplía o se reduce
y donde el yo y el tú intercambian una vocación de centro, desplegando su reciprocidad
de referentes en el ámbito generado entre ambos, como en un juego de espejos.
(Dos)
Pero es una poesía esencial, que embauca con su
apariencia de exclusividad aérea. Porque tiene densidad y peso. Se trabaja con
la sustancia y con el hueco que la sustancia deja: ponderable, calibrado, no
inerte. Como el fulgor que permanece en los dedos tras rozar las alas de una
mariposa. Poesía es lo dicho y lo evocado, lo que de un sabor subsiste en la
memoria. Leer poesía es siempre un intento de caminar ocupando a cada paso las
huellas que alguien ha ido dejando antes sobre la arena húmeda, hasta acomodar
el ritmo, la cadencia, superponiendo la respiración, el hálito. Aprender un
lenguaje. Aprehender sin traducción comprendiendo las claves de lo que no se ha
escrito: lo previo, el desencadenante, el estado, la situación, cuanto de
nosotros mismos hubo en ese gesto.
Matilde
Muerza escribe sus acuarelas esperando a que el pulso se serene. Sólo entonces
deja caer sobre el papel esa gota de palabra que genera el milagro de la
comunicación. Después, el trazo nítido y suave pondrá en contacto la emoción
del gesto, su llamada, con la mirada del lector, que es el soporte último sobre
el que acontece el poema.
(Tres)
En su poesía hay territorios líricos inexplorados. Matilde
Muerza mira hacia su interior y busca y descubre para después compartir. “En la
esfera cortada de un día,” “el árbol que macera la ilusión” “ Sinuosamente
declinas la acción adherida / en cada paisaje oblicuo de la confidencia.” “Lisonjero
son de melodía almendrada” “ Tu perfil acunándose” “el lugar / de las miserias
geométricas” “Hojas en su caída telar”
“una lágrima / dórica lágrima”. Es obligación del poeta dotar a las
palabras de nuevos significados o descubrir en ellas un sentido ancestral
ocultado por el uso perezoso y desaliñado. Solas o en compañía de otras. El
lugar del poema donde se sitúan define también nuestra ubicación respecto al
texto. Porque también nosotros, como lectores, formamos parte de él. (“Un
poemas no es poema si alguien no lo lee”; decía Gloria Fuertes.) El acierto de
Matilde Muerza es situarnos con frecuencia en el brete ante sus poemas, en la
triple posición de cómplice, testigo y protagonista. Y la economía de
despliegue semántico es aquí, sin duda, acierto.
Nada luce mejor
que lo que brilla en un espacio neutro, lo que se enaltece rompiendo el vacío,
el fogonazo de oscuridad en el centro desbordado de la luz.
Aún están por
descubrir las leyes de este universo respetuoso y alto de Matilde Muerza. Es
preciso dejarse leer por los poemas, liberar el hilván invisible que engarza
las palabras y permitir que lleguen a nosotros sin barreras ni esas previas
consideraciones que a veces enturbian el sonido nítido del agua. Siempre la
poesía es un regalo que apela a lo menos provechoso
socialmente de la inteligencia. Y es nuestra potestad y nuestro privilegio
estar alerta y ofrecerle un lugar recogido donde venga a posarse sin recato.
Porque la
poesía de Matilde Muerza está llena de ideas y palabras, también de sensaciones
ligeras de equipaje, pura sustancia de comunicación en cada haz y cada envés,
en cada sonido y cada silencio con que están construídos los poemas que
aguardan en vigilia sobre este papel sin
nombre.
FEDERICO GALLEGO RIPOLL
(Notas
de lectura a partir del libro Sobre este
papel sin nombre, de Matilde Muerza)